Cuentan las leyendas que existe un lugar al
norte del tiempo y al este del de la
realidad, donde los libros abren una
puerta al mundo de la imaginación. En
aquel tiempo, llamábase hadas a todas las
mujeres que eran entendidas en
encantamientos, que conocían las virtudes
de las palabras, de las piedras y de las
hierbas y gracias a esta ciencia,
conservaban su juventud, belleza y riqueza
a su antojo.
Todo esto comenzó en tiempos de Merlín, el
sabio adivino que conocía el pasado, el
presente y el porvenir, aquel que podía
hacer volar las piedras y descubrir los
grandes tesoros que se encuentran bajo
tierra o en las profundidades marinas y
que mediante el poder de su magia
levantaba, en cuestión de instantes,
magníficos palacios o fortalezas
inexpugnables.
Nimue era hija, de un guardián de los
bosques de nombre Dionais, devoto de la
diosa Diana -¡curiosa mezcolanza de
dioses, de religiones e incluso de
nombres!-, a quien la diosa honró con la
profecía de que su hija Nimue-Vivian
aprendería de un hombre muy sabio el arte
del antiguo saber, ya que ella sería
irresistible para él y nada le podría
negar éste.
Al recluirse Merlín en el bosque de
Broceliande, allí fue a encontrarle Nimue,
tan bella, joven y seductora, que el
anciano mago, dedicado toda su existencia
a la sabiduría, revivió -en pos de unos
años mozos que ni tan siquiera sus
poderosos conocimientos mágicos le podían
devolver-, convirtiéndose en el maestro de
aquella a la cual la leyenda ha otorgado
el título de hada.
Nimue fue instruida en
el antiguo saber por el enamorado Merlín,
cuentan que cuando la hermosa Nimue ya no
pudo aprender más porque todo le había
sido enseñado, obró con la mayor de las
ingratitudes al aprisionarle en una gruta
subterránea cuya entrada cubría una enorme
roca mágica, cuyos poderes eran tan
grandes que el mago no podía combatirlos,
y entonces ella le abandonó a su suerte
hasta que un día muy lejano en el futuro,
Merlín pudiera salir de allí.
Nimue-Vivian no era otra más que la Dama
del Lago a la que Merlín amaba
apasionadamente y a quien había enseñado
todos sus encantamientos.
En una sola noche, edificó para ella un
magnífico palacio de cristal, pero cuando
Nimue-Vivian
le hizo ver que cualquiera podría
observarla a través de las paredes
transparentes, añadió un hechizo que
sumergió el palacio encantado en el fondo
de un lago.
El sabio hechicero le había revelado que,
algún día lejano, ella se encargaría
personalmente de recuperar Excalibur, la
espada de soberanía que había sido
confiada a Arturo, y de guardarla en un
lugar ignorado por todos con el fin de
transmitirla, más tarde, a aquel que
vendría a unificar el mundo.
El hogar tradicional de la Dama se
encuentra en un lago cercano a el reino de
los Templarios.
Por las noches, las colinas del reino de
los Templarios aparecen encendidas con
miles de lucecillas centelleantes. Quienes
no tengan el valor suficiente para entrar,
si pegan el oído al suelo tal vez se vean
premiados con los ruidos de sus algazaras.
Estos castillos además de utilizarlos como
viviendas guardan grandes tesoros.
Es evidente que no se pueden invadir o
profanar impunemente.
Imprudente será el que decida construir en
los terrenos de los Templarios, por que
estos caballeros y damas son capaces de
trasladar casas e incluso castillos si se
oponen a su emplazamiento.
En el lago de este reino encontraréis mi
hogar: Avalon.
Tierra donde todo es felicidad, paz y
abundancia. No existe el envejecimiento,
la enfermedad ni el trabajo por que todas
las cosas crecen sin necesidad de labrar
ni sembrar y en los árboles siempre hay
frutas.
Mi isla está sumergida y solo sale a la
superficie por la noche, pero puede
conseguirse que permanezca visible sólo si
a ella se lleva fuego y acero. No
obstante, sigue evadiéndose de quienes la
buscan pese a estar señalada en los mapas
primitivos.